El año comenzó con connotaciones distintivas. Con alegrías y penas, corazones rotos y amoríos, viajes y micros. La llegada del año escolar me trajo entusiasmo y la sensación de “el último empujón” antes de terminar lo que venía siendo un plazo extendido de una carrera secundaria, con ansias y pereza de empezar mi último año de la escuela, decidí tomar una perspectiva positiva, me propuse estudiar y destacarme para llegar a fin de año y recibirme sin adeudar materias.
Los temores que se oían en el noticiero y lo que en ese entonces asumía e interpretaba como rumores y exageraciones terminaron siendo la realidad agobiante que estamos experimentando actualmente. A las dos semanas de comenzar las clases nos llegó la noticia a nivel nacional del comienzo de esta cuarentena que aparenta no tener fin. Naturalmente con mi mentalidad adolescente e incauta, me tomé la noticia con mucha liviandad, despreocupación y hasta con risa, como una especie de “jaja, mas vacaciones para mi.” Poco sabíamos…
El escenario monótono en el cual nos encontramos nos perturba e inquieta y sin embargo, en el encontramos momentos de calma, ausentes de alarmas, paradas de colectivo y dramas innecesarios que llenaban nuestra cotidianidad. En nuestras vidas acomodadas a horarios y tiempos convenientes e inconvenientes, nos encontrábamos con una cantidad limitada y preciada de momentos donde plácidamente no hacías “nada”. Se dieron vuelta las mesas...el tiempo de nada es abundante, abrumador y seco.
Muchas veces me encuentro reflexionando el entusiasmo que me genera tener que ir al supermercado o ir a comprar puchos, como si estuviera saliendo un viernes con las pibas. Nunca se disfrutó tanto salir a pasear al perro u observar con tanta curiosidad los carteles de negocios, los árboles de la cuadra o las colillas y bichitos que habitan el pavimento de la vereda. Quién hubiera dicho que estas cosas que antes nos eran insignificantes o hacíamos de forma tan indiferente ahora nos es el respiro de aire fresco más deseado.
En esta nueva realidad, el tiempo pasa de forma particular. Los días pasan rápido, las horas lentas y la circunstancia parece ser eterna. Todas las cifras que vemos y oímos circular sobre el covid parecen tan distantes o irreales, como algo lejano. “6000 contagios”, “4000 muertes”, son números que nos asustan, estas estadísticas y cifras nos invaden el día a día, en la tele, la radio, carteles por la calle, hasta se ha infiltrado en esas pequeñas conversaciones que ni cuentan como conversaciones, que son más bien un intercambio semi incómodo de 6 o 7 palabras con la vecina en el ascensor o el señor en la fila del chino.
Los miedos que solían dar vueltas por nuestras cabeza como, el secuestro, la violacion o que nos atropelle un auto pasan a ser pensamientos secundarios, ya no nos preocupamos por enfermedades cardiovasculares (o las 18 millones de personas que mueren a causa de ella por año) y cada vez se escucha menos de el pariente lejano que tiene cancer (en mi caso personal) ya se ha mutado a ’’fulanita tiene el virus“ o “la volvieron a extender” como si fuéramos extras en una película distópica de los 80. Es así que gradualmente el foco del mundo entero fue apuntando a esta pandemia, que consume nuestro pensar y provoca un estado irreal para algunos o muy real para otros, y como se ha llevado a seres queridos, se lleva nuestra tranquilidad.
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